Son chicos y chicas que quieren transmitir su mensaje en los barrios. Están los sponsoreados por marcas y los corridos por la Policía.
En el barrio de San Cristóbal, al sur de la Ciudad, alguien estampó la cara de Mirtha Legrand en el frente de una casa. El dibujo se repite, anónimo, en toda la cuadra. En Palermo, el Movimiento Petrushaus pegó una serie de afiches con las leyendas: “Acá hay soja”, “Por favor, no abusar de Internet” y “Viva la pepa”. Los toros enfrentados de la placita de Conesa y Matienzo, en Colegiales, se llaman Teta y Salta. Es un homenaje a dos chicos asesinados por la policía. Ese mural lo firma Jaz.
Si en los ochenta el arte urbano estaba asociado al graffiti como acto vandálico o de protesta, en los noventa ya se concibe como pieza, es decir, como obra. En el milenio, el street art ofrece estética y contenido: mensaje y “cosmética” se mezclan en los barrios intervenidos.
Viva reunió a un grupo de artistas visuales. Algunos tienen sponsors de empresas importantes –la mayoría de pintura o aerosoles–, los invitan a exponer en el exterior e incluso venden sus trabajos en galerías de arte especializadas. Hay vecinos que los contratan para pintar el frente de sus casas, marcas interesadas en incentivar su carrera y turistas que pagan unos 30 dólares excursiones con guía para conocer su trabajo. El jueves se inauguró la primera Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de América del Sur. Con epicentro en Buenos Aires, los artistas “de calle” consiguieron un lugar de privilegio.
De la fugacidad del stencil a la eternidad del mural, la pared es decorado y también es medio.
Brocha, balde, papel y cola. Aquí están los creativos de BA Paste Up. Hacen sticker art o pegatina: un bombardeo de papel y pegamento fijador. Boxi Trixi, 38 años, reparte su vida entre Buenos Aires y Granada, y pinta figuras inspirado en el arte precolombino y el mito cabalístico del Gólem. Gerdy Harapos, 33 años, arrancó con stencil –una técnica que consiste en usar una plantilla y aerosol para fijar imágenes en serie– y terminó pintando a gran escala. Rusty Deimos, 42 años, fotógrafo y performer, trabaja con materiales reciclados. Ale Giorgga, 32 años, es licenciado en Museología y el creador de los afiches con frases reflexivas del Movimiento Petrushaus. Guille Pachelo, 31 años, es el chico de gorrita, el que ideó el lema “Amar garpa”.
En un muro de un pasaje de Palermo renuevan su collage colectivo. Apoyaron las bicis contra la pared, ordenaron los baldes e hicieron su despliegue de pinturas, afiches y serigrafías. Trepan y estiran los brazos: trabajan a plena luz del día. No hay problemas con vecinos ni con la Policía porque piden permiso para trabajar sobre los frentes. Unos turistas les toman fotos. Ellos les regalan un afiche.
“Cada uno de nosotros tiene un lenguaje y una búsqueda propios. Ale quiere evidenciar las problemáticas contemporáneas con sus frases. Boxi Trixi intenta establecer una conexión entre el espectador y sus monstruos interiores. Gerdy rompe estructuras con colores y Rusty une su mundo personal, de fantasía, con el del espectador. Yo voy por un cambio positivo a través de reflexiones como ‘amar garpa’ o ‘sos un paisaje’. Lo interesante del grupo es que en el conjunto las piezas interactúan, se expanden”, dice Guille Pachelo.
Robots, colores tropicales, consignas más cortas que un tuit, monigotes, firmas: todo “conversando” en la misma pared. Ezequiel Black, diseñador gráfico y director de arte, se recibió en la Universidad El Salvador en 2005 con una tesis sobre arte urbano. En perspectiva, dice que hubo una explosión de estilos, técnicas y cuestiones a transmitir: “A principios de 2000 había una emergencia social y el arte urbano era una forma de expresión de esa realidad. Hoy no es necesario que el stencil sea político. creo que ahora hay una búsqueda de construcción de sentido muy diversa. Y por eso resulta difícil encontrar un mensaje unificado”.
Encontrar una pared limpia siempre es un desafío. Hay una sensación de emoción y una buena dosis de adrenalina.
Aerosol, marcadores y adrenalina. Yasmín Lamerain hizo su primer graffiti a los 15 años. Primero fueron dibujos y con el tiempo perfeccionó su caligrafía. Ahora firma con su nombre a lo wildstyle: letras deformadas, encriptadas de tal manera que forman un conjunto imposible de leer. Es un estilo complejo, también conocido como taggeo, que tiene sus reglas: no siempre se pide autorización a los dueños de las fachadas y suele hacerse de noche. La herramienta estrella es el aerosol, y los marcadores de diferentes trazos y composiciones.
“Encontrar una pared limpia siempre es un desafío. Hay una sensación de emoción y una buena dosis de adrenalina. Pidas permiso o no, es imposible de predecir cómo será el trabajo. Te exponés a la calle, a las personas, a la vida que sucede afuera”, dice Yasmín. Usa guantes de látex para proteger sus manos del spray, una costumbre que adquirió desde que es tatuadora. Nunca olvida su máscara. La lleva con un doble objetivo: no respirar el spray y conservar el anonimato. Hay cierta mística en que el nombre prevalezca sobre el rostro: “El taggeo es la firma con la que te identificas ante los otros graffiteros”.
Los graffiteros dialogan entre ellos.Todavía se mueven fuera del circuito mainstream, en un aura de marginalidad. Ponerse en riesgo es lo que los diferencia del resto. Por ejemplo a la hora de pintar los vagones del subte (un delito que se sanciona con penas que van de tres meses a cuatro años). Ese tipo de trabajo requiere de una estrategia puntillosa: bajar de madrugada a las entrañas del subte, “atacar” los vagones, hacerlo muy rápido. El año pasado, los graffiteros “obligaron” al Gobierno porteño a instalar 500 cámaras de seguridad en las estaciones y sumar policías para evitar que se metieran en los talleres.
Pero con aerosol no sólo se firma. Basta una placa de radiografía y una trincheta para crear plantillas y dejar imágenes en serie: el stencil. Hubo colectivos artísticos que marcaron el uso de ese estilo en los barrios de Buenos Aires post “corralito”: Bs.As Stencil, Run Don’t Walk y Vomit Attack. directo como un beso, con la fuerza de una escupida, la capacidad de síntesis del stencil ha sido imposible de superar.
Fuente: Revista Clarin